Entrevista a Mónica Giraldo, psicóloga y tanatóloga colombiana:“La eutanasia es una opción dentro de lo que significan narrativas de final de vida”
- Fundación Muerte
- May 30
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Updated: May 30
Por Fundación Muerte
Colombia fue el primer país en América Latina en despenalizar la eutanasia, en 1997. En 2014 se reglamentó el procedimiento, y en 2022 se amplió su acceso a personas con enfermedades graves e incurables, incluso de origen mental. En este contexto, la psicóloga y tanatóloga Mónica Giraldo ha sido una figura clave. Con más de 12 años de experiencia acompañando procesos de muerte y duelo, y exdirectora de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente en Colombia, Giraldo defiende la libertad de decidir sobre el final de la vida, desde una visión biográfica, no solo biológica.
Desde tu experiencia como tanatóloga ¿Cómo entiendes el rol de la eutanasia en el proceso del acompañamiento de morir?
Entendiendo que la eutanasia es una opción de muerte digna, sencillamente lo entiendo como eso, como una opción más. ¿Y eso qué significa? Todos construimos y narramos nuestra vida de una manera y, por ende, deberíamos tener derecho de narrar el final de nuestra vida en coherencia con cómo hemos narrado la vida entera. Y esa narración final puede implicar una muerte súbita —que sobre el 40% y el 50% de las personas, siendo muy generosa, tendremos—, en realidad los datos dicen que menos del 20% tendremos una muerte súbita, y el otro 80% tendremos una muerte a causa de una enfermedad crónica, degenerativa o irreversible. En este orden de ideas, en todos los escenarios, ¿qué queremos hacer el resto del 80%? Una muerte acompañada desde la medicalización, una muerte acompañada en casa y que llegue el deterioro tranquilamente. Entonces al final, la eutanasia, para mí, se convierte en una opción dentro de lo que significan narrativas de final de vida, para que quien la quiera y la sienta coherente con su vida, la pueda tener a su disposición.
Colombia fue el primer país en América Latina en despenalizar la eutanasia. ¿Cómo percibes que ha evolucionado la discusión sobre este tema?
Colombia ha sido un ejemplo súper bonito de cambio y de entender cómo estas otras narraciones de final de vida, o polémicas —porque creo que es un poco lo mismo que pasaría con temas controversiales como el aborto—, necesitan un tiempo para entrar, ser digeridas y ser parte de la conversación colectiva. ¿A qué me refiero? Colombia despenalizó la eutanasia en 1997, la reglamenta por primera vez —es decir, establece el paso a paso para acceder efectivamente a este derecho— en el 2014. Del 2014 a hoy, desde que se hizo la primera eutanasia, han habido muchísimos cambios. La primera eutanasia que se hizo en Colombia fue un caso súper mediático, que fue en un primer momento parada por el Procurador General de la Nación, que dijo que era atentar contra la vida, es decir, una figura política diciendo esto. Hoy en día uno ve muchas redes y muchos mensajes públicos a favor de acompañar la dignidad y la compasión ante el sufrimiento. Ese es un gran cambio. Uno ya nota que hay cierta apropiación desde la compasión a quien decide morir por eutanasia.
Por otro lado, en 1997 cuando la Corte discute por primera vez la despenalización de la eutanasia, en ese momento se pensó la despenalización y se hablaba de todos los escenarios que podrían ser posibles, pero en ese momento, ¿qué dijeron? Solo podemos despenalizar a eutanasia para los pacientes que están próximos a la muerte, en un estadio de enfermedad terminal, porque no estamos preparados como país. Sin embargo, en el 2022 Colombia extiende el derecho a los pacientes con enfermedades graves e incurables, incluyendo a pacientes con enfermedad mental. Entonces ¿esto qué dice? Ya vivimos y acompañamos final de vida mucho tiempo, entendemos que hay otras narrativas de vida que también podrían acceder a este derecho, entonces ya lo podemos incursionar.
¿Qué otras cosas han cambiado? Esto lo sé por mucha gente que acompaña a pacientes oncológicos pediátricos, que ya el hecho de que la narración de la eutanasia esté dentro del dialecto —si bien muchas veces no solicitan la eutanasia para sus hijos o los niños para ellos mismos—, sí hay una gran conciencia de no encarnizamiento terapéutico, de decir “Ok, entiendo que mi hijo está en final de vida, por ende me lo llevo para mi casa y vamos a disfrutar lo que le quede”. Entonces nos abre la posibilidad de conversar sobre la muerte y sobre no negarla como una realidad. Esos son los grandes cambios que hemos tenido como sociedad, pero no han sido muchos años, y muchos años donde todavía está dentro del tabú: todavía hay mucha gente en contra.
En el ámbito de la discusión sobre salud mental ¿Cómo ha ido cambiando la mirada con respecto a los cuidados paliativos y la eutanasia?
Cuando hablamos de salud mental y eutanasia en Colombia, todavía estamos en pañales. No solo en Colombia, en el mundo entero. Aún tenemos muchos temas sin lograr definir, y en ese orden de ideas estamos aprendiendo a ensayo y error. En Colombia lo único que hay en papel, escrito para acceder a la eutanasia por enfermedad mental, es una sentencia de la Corte del 2022, que reconoce también la eutanasia en pacientes con enfermedades graves e incurables, por sufrimiento físico o psíquico. Y ese “o psíquico” abrió la puerta a pacientes con enfermedad mental.
Desafortunadamente, cada institución ha hecho la interpretación que quiera de qué entiende por sufrimiento psíquico, cuándo entiendo que ese sufrimiento es refractario, está generando afectación en la calidad de vida. Hay un grupo de psiquiatras en Medellín que han hecho un trabajo súper juicioso de poder ir entendiendo y profundizando en estos temas. Cuando llega algún caso de eutanasia por enfermedad mental a uno de esos psiquiatras, claramente se avanza un montón. Cuando llega a comités de muerte digna más conservadores, donde no se entiende el sufrimiento psíquico como una causal digna para adelantar la muerte, pues ahí nos quedamos.
Todavía nos falta, yo diría, como país, primero unificar términos. Siento que hay gente que lo está haciendo muy bien, siento que hay gente que todavía necesita una mirada más amplia de la enfermedad mental, como muchos en nuestras sociedades latinoamericanas. Y una vez unifiquemos términos, poder acompañar con esa unificación la dignidad del paciente que vive tanto con una enfermedad somática, como una enfermedad mental.
En términos de acceso ¿Cuáles son los principales desafíos legales, médicos, espirituales y culturales que enfrenta hoy la eutanasia en Colombia?
Colombia tiene una particularidad, que seguramente puede ser la misma que tenemos muchos países en Latinoamérica, y es que en un solo país, en realidad, tenemos muchos territorios que difieren entre sí. Entonces te puedo decir que los que no son ciudades principales, la principal barrera de acceso es que ni siquiera hay una ruta para acceder. Pero si nos vamos a otras ciudades un poco más conservadoras, pues sus principios van a ser católicos o religiosos. Si nos vamos a ciudades donde el cuidado paliativo ni siquiera existe, lo que nos van a decir es que primero tiene que pasar por cuidado paliativo, ahí se pone otra barrera.
En general, las grandes barreras que se han documentado son: por un lado, que no hay acceso o no hay ruta establecida, por desconocimiento de la institución, porque la institución no tiene la infraestructura que la ley les obliga para tener ruta, entonces sencillamente deciden no tenerla. O porque no tienen médicos que estén dispuestos a practicar el procedimiento; por objeción de conciencia prefieren no tenerlo. Ahí hay toda una barrera dentro del sistema.
Por otro lado, están todas las creencias religiosas y espirituales que ponen un montón de barreras desde que yo hago la solicitud. Si bien la objeción de conciencia se entiende como la posibilidad de decir no para hacer el procedimiento, mucha gente la malinterpreta incluso para tomar la solicitud. Y esto va desde el psicólogo que escuchó la solicitud, hasta el médico, la enfermera y el hospital. Porque acá tenemos una gran barrera mística, que es que los hospitales deciden ser objetores de conciencia, que eso legalmente no es posible, porque una institución no tiene conciencia.
La tercera gran barrera para mí es el desconocimiento. La gente aún no sabe, sigue sin saber que es un derecho. Si bien cada vez se escucha más, sabemos más, oímos más, sigue habiendo mucha gente que dice “yo no sabía que eso es posible”. Y tenemos una barrera adicional, que desde mi punto de vista es patrocinada por los medios de comunicación. Toda la eutanasia en Colombia se ha reglamentado mediante sentencias de la Corte Constitucional, y por ende el Ministerio de Salud ha respondido a estas sentencias de la Corte y ha emitido resoluciones para reglamentarlo. Pero el Congreso de la República, en sus debates, siempre falla en contra. Entonces cada vez que hay un debate en contra, la noticia es “el Congreso no aprueba la eutanasia en Colombia”, y retrocedemos, y todo el mundo dice “¿cómo así, ya no se puede?” Pues no, siempre se ha podido, lo que pasa es que el mecanismo legal que lo legitima es otro.
¿Hay datos o estadísticas sobre la objeción de conciencia en términos de eutanasia?
No hay data, todo es anecdótico. Quienes trabajamos en temas de final de vida, la data está más enfocada en las solicitudes, no en la objeción de conciencia, porque si bien en teoría la ley dice que yo como médico debería objetar —o sea, apenas me contrata la institución yo debería objetar—, eso no pasa en la vida real, no se registra. Claramente, como se sabe que no se puede hacer una objeción de conciencia institucional oficial, las instituciones se amparan en otros discursos para no realizar el procedimiento, como por ejemplo que no tienen profesionales para realizarlo.
En tu trabajo con personas en situación de enfermedad terminal y sus familias, ¿qué tipo de conversaciones surgen en torno a la posibilidad de elegir el momento de morir?
Debo decir que la respuesta que te voy a dar va a estar súper sesgada, porque la gente, cuando llega a mí, ya sabe que yo hablo de final de vida y acompaño eutanasia. Entonces generalmente conmigo la conversación se tiene muy fácil. Pero ya cuando uno piensa en la eutanasia, uno de los temas que cuesta es cuándo es el momento, cuál es la fecha, y esa sí es una conversación que tiene más profundidad: la quiero o no asociar a una fecha importante, cuánta gente quiero que sepa o no.
Soy tanatóloga, acompaño el final de vida, entonces cuando la gente llega a mí ya lo sabe. Si no saben que la eutanasia es una opción, cuando hablo de opciones de final de vida, la pongo dentro del mismo abanico de cuidados paliativos y seguimos explorando. Yo al final lo que trato es de contarle a la gente que en final de vida, cuando nos dicen “ya no hay nada que hacer” —que es el discurso médico—, al final igual puedes tomar muchas decisiones. Limitadas, claro, pero aún puedes tomar muchas decisiones.
Hay gente que llega por desconocimiento, es decir, gente que está con una enfermedad grave, con mucho dolor, y que las únicas voces que escucha es de eutanasia, pero no sabe que está el cuidado paliativo. Y una vez que lo explora, decide quedarse ahí, hasta el final de su vida, o por lo menos por un tiempo, mientras cierran asuntos. Lo que tiene de lindo el final de vida es que no es una conversación individual, es una conversación con todo un sistema.
En tu trabajo como acompañante de final de vida, ¿cuáles han sido los principales aprendizajes?
El gran aprendizaje de acompañar final de vida es: si pensáramos en el reconocimiento de la muerte, de la finitud, como una meta, a esa meta primero llega el paciente. Es el primero en darse cuenta y reconocer. En segundo lugar, pero con un tiempo de distancia, está la familia, y casi de último está el sistema de salud, o el equipo tratante. Y eso hace que las conversaciones sean muy distantes. Entonces el médico no le quiere hablar al paciente, porque en teoría yo como médico le tendría que infundir “verdad” —es lo mismo que dice la familia—, pero al final es una conversación mental que todos están teniendo.
Para mí, un gran aprendizaje es reconocer que hay que poner la conversación sobre la mesa. Yo tengo una gran ventaja, y es que cuando la gente llega a mí sabe que yo hablo de la muerte, y en ese orden de ideas, si bien es una conversación que les cuesta, para algo me contratan.
He aprendido a no usar tantos eufemismos. Yo siento que en el final de vida el uso excesivo de eufemismos no nos hace tan bien; a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Cuando la gente dice “muerte digna” en lugar de eutanasia, yo trato de hacer mucho énfasis en que eutanasia es eutanasia. Es una forma de muerte digna, pero no es la única forma de muerte digna.
Por otro lado, también para mí ha sido importante reconocer que cada persona tiene ritmos diferentes para construir sus narrativas y tomar decisiones. Entonces hay muchas realidades en las que digo: “si yo fuese esa persona, esa familia, yo optaría ya por la eutanasia, o haría ya esto, tomaría ya una voluntad anticipada”, pero ellos no. Acompañar al ritmo del otro ha sido todo un aprendizaje. Y muchas veces reconocer que cuando alguien dice que no quiere la eutanasia ya, no significa que no la quiera nunca.
Esta entrevista fue realizada por Fundación Muerte y forma parte de su serie de conversaciones sobre el derecho a una muerte digna en América Latina.
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