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ENCUENTRO INTERDISCIPLINARIO SOBRE LA MUERTE

Pilar del Río, pionera en psicoterapia asistida con psicodélicos en Chile:“Si hay herramientas que pueden ayudar en el tránsito hacia la muerte, tenemos la responsabilidad ética de estudiarlas”

Por Fundación Muerte


En Chile, los psicodélicos aún se encuentran clasificados como sustancias prohibidas, incluso para fines de investigación. Sin embargo, investigaciones recientes en el mundo —lideradas por instituciones como Johns Hopkins y MAPS— han demostrado su enorme potencial terapéutico, particularmente en salud mental y acompañamiento al final de la vida. En este contexto, un equipo chileno obtuvo recientemente el primer fondo público (FONDEF) para investigar la psicoterapia asistida con psilocibina en pacientes con depresión resistente. Entre quienes lideran este hito se encuentra la Dra. Pilar del Río, psiquiatra, psicoterapeuta, doctora en neurociencias y una de las impulsoras de este enfoque en el país.




Desde tu perspectiva, ¿cómo está funcionando actualmente en Chile la terapia con psicodélicos? ¿Ha habido avances tanto en investigación como en tratamientos clínicos?


Bueno, acá en Chile es importante saber que todos los psicodélicos todavía están en la lista 1, es decir, son sustancias prohibidas incluso para investigación. Lo paradójico es que esa categoría es para sustancias sin potencial clínico ni terapéutico, y sabemos que muchos psicodélicos no son adictivos y sí tienen un gran potencial. Por eso, hoy acceder oficialmente a estas terapias es muy difícil. Sin embargo, las personas sí están accediendo, pero de forma underground, lo cual las expone a riesgos.


Afortunadamente, hace poco nos adjudicamos un FONDEF, el primer fondo público para estudiar terapias asistidas con psicodélicos en depresión resistente en población chilena. Es un trabajo en conjunto con la Universidad Adolfo Ibáñez, la red UC Christus, y la fundación para el Estudio de la Consciencia Humana (ECOH). Yo estaré a cargo del equipo clínico. Así que, aunque estamos muy atrás respecto a otros países, se están abriendo puertas, y eso nos tiene muy contentos y comprometidos.


Se habla mucho de los beneficios del MDMA o la psilocibina para la salud mental. ¿Cuál es la línea de investigación que están siguiendo?


Es importante entender que los psicodélicos no son como un psicofármaco más. Son herramientas que generan un estado expandido de conciencia, y desde esa experiencia se promueve el cambio terapéutico. Tienen efectos neurobiológicos: promueven neuroplasticidad, nuevas sinapsis, flexibilidad cognitiva. Pero no es la sustancia lo que cura. Es parte de un proceso terapéutico.


Cuando hablamos de psilocibina o MDMA, no se trata de que sirvan “para la depresión” o “para la ansiedad” en general. Se estudian en contextos muy específicos, con pacientes muy seleccionados. Por ejemplo, el MDMA se ha investigado para trastorno de estrés postraumático, la psilocibina para depresión resistente. Pero quedan fuera pacientes con trastorno bipolar, antecedentes psicóticos, adicciones activas, entre otros. Además, el uso es en el marco de un protocolo: sesiones de preparación, experiencia y luego integración. Esa es la letra chica que muchas veces no se explica en redes o documentales.


¿Qué rol han tenido los psicodélicos en contextos de fin de vida, especialmente ante diagnósticos terminales?

Los estudios en fin de vida han sido preciosos. Roland Griffiths fue uno de los primeros investigadores en este ámbito. Él mismo falleció de cáncer, luego de acompañar a muchas personas con diagnóstico terminal. ¿Por qué se investigó en este contexto? Porque las herramientas que teníamos no eran efectivas: ni las benzodiacepinas, ni los opioides, ni la psicoterapia tradicional lograban aliviar la ansiedad existencial de quienes enfrentaban la muerte.


Los psicodélicos —particularmente la psilocibina— mostraron resultados increíbles. Una sola experiencia, acompañada por un terapeuta y con preparación e integración, reducía profundamente la angustia y el miedo a morir. ¿Por qué? Porque muchas personas experimentan una “disolución del ego”, una unión con el todo, una vivencia de estar conectados con algo más grande. Eso no se trata de que alguien te lo diga: se trata de vivirlo.


¿Y esa experiencia puede cambiar la relación que tienen las personas con la muerte?


Exactamente. Los pacientes que tienen esa experiencia mística —y hay escalas validadas para medirla, como el MEQ 30— son quienes más muestran alivio sostenido en el tiempo. No porque alguien les dijo que no iban a desaparecer, sino porque vivieron algo que transformó su percepción. Muchos dicen: “Ya no le temo a la muerte, siento que no me separo de mis seres queridos, solo paso a otra forma de conexión”.


¿Qué implica acompañar un proceso así con psicodélicos en contexto de fin de vida?


La figura más cercana es la de la doula. En la terapia asistida con psicodélicos, uno está para contener, para cuidar el espacio. No se trata de decirle a la persona qué debe sentir o pensar. Es estar como un ancla, un testigo, alguien que genera un entorno seguro. Como cuando vas a pabellón: confías en que el anestesista está ahí.

Pero también hay que tener mucha conciencia del poder de estas herramientas. La neuroplasticidad que generan puede ser para bien... o para mal. Si hay alguien guiando de manera inapropiada, imponiendo creencias o interpretaciones, eso puede causar daño. No hablamos solo de abusos físicos, sino también de abusos de conciencia, que son más sutiles, pero igual de graves.


¿Qué barreras existen hoy para que esto se integre en cuidados paliativos o en sistemas de salud?


Muchas. Primero, las regulatorias: todas estas sustancias están prohibidas, incluso para investigar, y hay que hacer trámites complejos con el ISP. Segundo, las barreras sociales: el estigma, los prejuicios. Tercero, la falta de conocimiento en el personal de salud. Muchos médicos solo ven los efectos adversos de psicodélicos mal usados y los atribuyen a la sustancia, no al contexto. Y cuarto, las barreras económicas: estas terapias pueden ser costosas y necesitamos garantizar el acceso equitativo.


Además, debemos formar terapeutas especializados. No basta con ser psicólogo o psiquiatra. Se requiere un entrenamiento profundo y específico para sostener estas experiencias de forma ética, segura y compasiva.


¿Crees que los psicodélicos pueden llegar a formar parte de una idea más amplia del buen morir?


Sí, absolutamente. Pero para eso hay que llegar a tiempo. No sirve llegar cuando la persona ya no puede respirar bien o está muy medicada. Esta es una experiencia que la persona tiene que querer vivir, y para eso necesitamos prepararnos con antelación, no esperar hasta el final.


Como decía el Libro tibetano de la vida y la muerte, desde que nacemos nos estamos preparando para un buen morir. Lo importante es no postergar el trabajo emocional que implica enfrentar la finitud. Y si hay herramientas que pueden ayudar en ese tránsito, tenemos la responsabilidad ética de estudiarlas con rigor y compasión.



Esta entrevista fue realizada por Fundación Muerte y forma parte de su serie de conversaciones sobre el derecho a una muerte digna en América Latina.

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